Fecha de publicación: 1-1-2008
Revista: The Ecologist para España y Latinoamérica
Su mensaje –en medio de la reflexión y tristeza ante un mundo que ha sido devastado– es de esperanza. La Fundación Gaia, con base en Londres (Inglaterra) y reconocida mundialmente por su trabajo dirigido al buen gobierno, la sustentabilidad y conservación ecosistémica de las comunidades en África, Asia y Latinoamérica, celebró recientemente un homenaje a éste, uno de los pensadores más importantes de nuestro tiempo.
Nació en Carolina del Norte, al sur de los montes Apalaches, escenario donde forjó su espíritu y empezó a construir una filosofía frente al universo y los seres que lo habitan. Su desnudo misticismo y su pasión espiritual le condujeron al Monasterio Pasionista Católico, a estudiar la historia de las culturas y a aprender sánscrito y chino. Y con el tiempo, le llevaron a estudiar ciencia contemporánea con profundidad, desprendimiento y alma, y a sumergirse en la anciana sabiduría de los indígenas.
Cálido, hospitalario y con un decantado sentido del humor, es considerado por algunos como un monje, un sacerdote, un ecologista… un científico. Pero Thomas Berry es, fundamentalmente, un eco-teólogo, término acuñado por él a través de sus teorías, pensamientos y reflexiones y que ha dado origen a otro más agudo: eco-justicia.
El Sueño de la Tierra, Historia del Universo, La aventura humana y El gran trabajo: nuestro camino hacia el futuro… son algunos de los libros donde plasma su amor por el cosmos y su insistencia en que todas las profesiones son responsables del más hondo legado del universo. Así ha generado un pensamiento estructural para los movimientos verdes, ambientalistas, humanistas, religiosos, espirituales y ecologistas, quienes han reconocido en la vida algo más importante que el simple e ilusorio camino de la industrialización.
Porque para Thomas Berry el mundo que ocupamos, ese mundo natural hoy en cataclismo, es sagrado y combina lo físico y lo espiritual en una sola dimensión. Por eso le llaman padre de la Era Ecozoica y el profeta global. Y escucharle, leer sus palabras, tener su eco ante los interrogantes, mirarle intentando ahondar lo que sus ojos cansados no ocultan, deleitarse en su charla, su obra… es un acto necesario. Cada una de sus frases lleva inscrita una sentencia, un vaticinio, un sueño y son repetidas una tras otra, geografía tras geografía, estación tras estación.
COSMO-CONVIVENCIA
Su principal preocupación es, sin duda, la Tierra y, sobre ella, los seres vivientes. Su visión eco-teológica concibe la interdependencia de cada modo de ser sobre cualquier otro modo de ser humano, sólo si hay un reconocimiento de que cada ser vivo tiene derechos derivados de su propia existencia.
Estos derechos se basan –según Berry– en las relaciones intrínsecas que los diversos componentes de la Tierra poseen entre sí: “La Tierra es una comunidad cuyos miembros están unidos por relaciones interdependientes. Ningún ser vivo se nutre a sí mismo”.
“Nuestras tradiciones éticas –explica– saben cómo tratar el suicidio, el homicidio e incluso el genocidio. Pero estas tradiciones se colapsan completamente cuando se enfrentan con el biocidio, la extinción de los sistemas vulnerables de vida en la Tierra, y el ecocidio, la devastación de la Tierra en sí misma”.
Y la ironía es que con todas nuestras tecnologías “estamos tratando de tener seres humanos saludables en un planeta enfermo”. Por ello, tampoco se puede tener una economía viable destruyendo la economía de la Tierra: “Estamos tan cuantitativamente orientados que vemos al planeta Tierra como un recurso natural para ser utilizado. Tenemos la idea de que allí no hay un principio viviente en los organismos vivientes, sino solamente un proceso mecánico de la materia”.
Por eso, una vez las personas empiezan a pensar en los seres vivientes como seres con alma, y en el planeta como una presencia cualitativa para ser compartida, podremos reestablecer el elemento clave de la relación humano-Tierra, distorsionado en Occidente desde el siglo XVI.
“En temas políticos –sentencia Berry– la legislación de los seres humanos debe insertarse dentro del funcionamiento estructural del planeta Tierra. Si tenemos una ‘Lista de los Derechos del Ciudadano‘, deberíamos tener una lista de derechos del mundo natural”. Su reflexión es que el movimiento que realizan las Naciones Unidas “debe llegar a ser mucho más que eso y convertirse en uno que se llame las Especies Unidas, indicando la necesidad de una comunidad entera vista de forma sistémica y holista enfatizando el hecho de que a ella pertenecemos todos”.
El “gran trabajo” es para nuestra generación el transformar nuestras hasta ahora relaciones destrozadoras y destructivas con la Tierra… en relaciones gentiles y apacibles. Tenemos dos opciones, afirma Berry: creer que los humanos están separados de la Naturaleza o que están inter-conectados en ella. “El Mundo es una comunión de temas, no una colección de objetos”.
LO INDUSTRIAL
Lo anterior es un anhelo difícil de cumplir pues, de acuerdo a Berry, nos estamos moviendo de una orgánica y siempre renovadora economía basada en la tierra, hacia una extractiva y no renovadora economía industrial.
Esta economía –manifiesta– es apoyada por el poder político y el marco legal de las naciones occidentales y ha tomado posesión de gran parte del planeta. “La economía industrial ha invadido todos los aspectos de la vida humana incluyendo su funcionamiento político, jurídico, educativo y religioso. Y quienes controlan nuestra civilización industrial siguen insistiendo en que el bienestar de los seres humanos sólo se puede lograr a través de los procesos industriales que maquinan instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio y una gran multitud de transnacionales, multinacionales y corporaciones globales que han participado activamente en extender la forma de vida industrial en todo el planeta”.
En efecto, son las corporaciones las que proporcionan los puestos de trabajo que necesita la gente, pues la mayoría –para sobrevivir– depende de un empleo dentro de las sociedades comerciales: “Vivimos y respiramos más en el mundo de la producción industrial y el consumo que en el mundo natural”.
Con alarma y desasosiego, Thomas Berry narra cómo “hemos sido atrapados por un mundo mecanizado, porque lo que hacemos nos hace a nosotros. Hacemos el automóvil, el automóvil nos hace a nosotros. Hacemos una economía industrial, la economía industrial nos hace a nosotros. Somos científicamente demasiado brillantes, pero demasiado absurdos en cualquier otra forma”.
Pero, ¿se escapa alguien de ello? No: “Todos hemos crecido adoctrinados por el proceso industrial y no conocemos nada más. Presentamos nuestro proceso industrial como un comienzo, como un beneficio, cuando obviamente es demasiado inhumano, pues distorsiona la educación, la vida política, la economía y todos los aspectos de la existencia de la comunidad”.
Década tras década del siglo XX, la situación ha empeorado: Las grandes corporaciones se han unido de tal modo que unos pocos establecimientos controlan inmensas regiones de la Tierra. “Las ganancias de unas pocas corporaciones multinacionales comienzan a crecer hacia el rango del billón de dólares”, explica Berry.
ECO-RESPETO
Si la hierba no crece, nosotros morimos... No podemos sobrevivir si las condiciones de la vida misma no están protegidas. Lo que hacen los seres humanos afecta a todos los demás seres. Si talamos la selva, la tierra se convierte en desierto y todo el proceso planetario es perturbado… Tales son los vaticinios de Thomas Berry
Por ello reitera la urgencia de admitir que la naturaleza de la Tierra tiene derechos: “Todo ser tiene derecho a ser reconocido y reverenciado. Los árboles tienen derechos de árboles, los insectos tienen derechos de insectos, los ríos tienen derechos de ríos, las montañas derechos de montañas. Todos los derechos son limitados y relativos. Nosotros tenemos derechos humanos. Tenemos derecho al nutrimento y cobijo que necesitamos, derecho a tener un hábitat. Pero no tenemos derecho de privar a otras especies de su propio hábitat. No tenemos derecho a perturbar el funcionamiento básico de los biosistemas del planeta”.
Y es categórico cuando afirma que los derechos humanos “no cancelan los derechos de otras formas de vida de existir en su estado natural” y que los derechos de la propiedad humana “no son absolutos”.
ERA, PENSAMIENTO E INDÍGENAS
En esa búsqueda por asentarse y dominar la Tierra, también han habido aciertos o, como los denomina Thomas Berry, “trabajos grandes” efectuados por civilizaciones y continentes. Así ocurrió con la Grecia clásica y su “comprensión de la mente humana y la creación de la tradición humanística Occidental”, o con Israel “al articular una nueva experiencia de lo divino en los asuntos humanos”, o con Roma al “reunir a los pueblos del mundo Mediterráneo y de la Europa Occidental en una relación ordenada unos con otros”, o con el periodo medieval cuando se quiso dar una “primera forma al mundo cccidental en su forma cristiana”.
Cita también a la India por conducir el pensamiento humano hacia “las experiencias espirituales del tiempo y la eternidad y su mutua presencia de uno en la otra, con una única sutileza de expresión”, y a la China por ser una de las más “elegantes y más humanas de las civilizaciones humanas que hayamos conocido nunca”. Y cita los rituales del Gran Agradecimiento de los Iroqueses, del refugio para sudar y la búsqueda de visión de los Indios de las Praderas, a través de los cantos religiosos. “A través de estos y multitud de otros aspectos de las culturas indígenas de las Américas, se establecieron ciertos modelos de cómo los humanos llegan a integrarse con el gran contexto de nuestra existencia aquí sobre el planeta Tierra”.
Afirma con desazón que en nuestra humanidad no es mucho lo que sepamos sobre el universo, pero que “el universo sabe por sí mismo de nosotros”. Afortunadamente, no ocurre igual con los indígenas pues estos “aún viven el universo. Nosotros, no. Nosotros vivimos en un sistema económico. Tenemos todo tipo de científicos pero no tenemos un universo. Tenemos una Tierra que para nosotros es sólo una colección de recursos para ser explotados”.
ALMA, ESPÍRITU Y RELIGIÓN
Hay nostalgia en sus palabras: “Estamos perdiendo íntimos y espléndidos modos de estilos de divina presencia. Estamos, quizás, perdiéndonos nosotros mismos”. Por ello está convencido de la necesidad de una nueva espiritualidad, basada profundamente en la dimensión mágica y mística de un universo emergente.
“La gran misión espiritual del presente es una renovación de toda la tradición religioso-espiritual occidental, en relación con el funcionamiento integral de los biosistemas del planeta y del universo entero”, aclara, aduciendo que el mundo “está llamado a un nuevo sistema de creencias post-confesional (incluso post-cristiano) que ve a la Tierra como un ser viviente – mitológicamente, como Gaia o Madre Tierra – cuya conciencia es la humanidad”.
Nuestra espiritualidad en sí misma es derivada de la Tierra. “Si no hay espiritualidad en la Tierra, no hay espiritualidad en nosotros”, augura. Y si bien es cierto que es difícil sobrevivir sin utilizar lo que nos rodea, hemos de hacerlo reconociendo lo místico de la comunidad de la Tierra: “Lo místico hace toda la diferencia en el mundo. En otras palabras, lo místico de las montañas o de los pájaros, del mar, es lo que cantamos, lo que hace nuestra literatura. Cuando construimos mecanismos que nos ayudan, estos no nos dan un mundo interior. El mundo natural nos lo da. Nos da una presencia sanadora, que nos llena y que se manifiesta a través del mundo natural. Y esta maravillosa presencia está en el sol y la luna y las estrellas, en las montañas y los mares de la Tierra”.
Berry lamenta que los niños y niñas de hoy no posean la experiencia de ver las estrellas y “están lisiados, emocionalmente y de otras maneras. Ese es el peligro de colocarlos dentro del contexto de computadores y máquinas. No tienen contacto con nada natural, no se maravillan con una pradera o las mariposas. La dificultad más grande no es el daño físico a nuestros pulmones debido a la polución industrial. Es lo que está pasando a nuestras almas, nuestras mentes y nuestras emociones”.
Quizás por ello, es un crítico de las tradiciones de las religiones occidentales y las califica de “seriamente deficientes” por no enseñar de forma más efectiva que el mundo natural es nuestra experiencia reveladora primaria. “Las tradiciones espirituales occidentales no han sido capaces de impedir las tendencias letales de la ciencia y la tecnología. Más bien las han estimulado como parte del plan de Dios para la dominación humana de la Tierra”.
FUTURO Y ESPERANZA
Las palabras de Thomas Berry parecieran clamar por el fin de la era industrial y que con él los seres humanos tornáramos a primigenios tiempos. Mas él comprende que esto, aunque anhelable, es imposible: “Nunca podremos regresar a una era pre-industrial., pero podemos pensar en una era post-industrial. La forma de mirarlo es tener tecnologías humanas coherentes con las tecnologías de la Tierra, trabajar modelos donde el mundo humano y el natural interactúen creativamente. Por ejemplo, deberíamos mejorar la fertilidad de la tierra en lugar de acabar con ella explotándola”.
Se refiere entonces al hecho “criminal” de nuestros suelos cultivados con químicos: “En unos cuantos años mi generación ha destruido más que todas las anteriores generaciones puestas juntas. Hemos devastado el planeta. Lo importante ahora no es lo que ha acontecido en el pasado, a pesar de que sí necesitamos saberlo. Es más bien cómo vivir en el futuro, cómo desarrollar una forma de ser creativo en cada fase de la vida para que pueda existir un futuro viable, un futuro que tendrá un ingreso que evocar las energías psíquicas que necesitamos para poner delante un vasto esfuerzo creador”.
“Nuestro llamada ahora –exhorta– es superar la arrogancia del pasado y avanzar hacia nuestra promesa más grande como especie, creando relaciones humano-Tierra mutuamente beneficiosas. Apenas estamos comenzando a explorar lo que significa ser parte de un universo que está vivo… no sólo en cuanto al cosmos mismo sino a su misma génesis”.
Experimentamos –según Berry– una amenazante situación histórica, incomparable con todo período anterior en Europa o Asia, “porque aquellas personas no estaban tratando el trastorno o la terminación de un período geobiológico que ha gobernado el funcionamiento del planeta por 67 millones de años, no estaban tratando nada similar a los tóxicos en el aire, el agua y el suelo o el inmenso volumen de químicos dispersados en todo el planeta. Ni estaban tratando con la extinción de especies o la alteración del clima. Aún así podemos ser inspirados por su ejemplo, su coraje e incluso sus enseñanzas. Porque nosotros somos herederos de una inmensa herencia intelectual, de las sabias tradiciones por las cuales ellos fueron capaces de cumplir el gran trabajo de su tiempo”.
En los últimos 67 millones de años los procesos vitales de la Tierra han adquirido identidad pero, finalizando este periodo Cenozoico, ecosistemas y demás comunidades de vida han quedado colapsadas.
Berry señala cómo, desde que comenzamos a vivir asentados en aldeas con agricultura y domesticación de animales hace diez mil años atrás, los humanos han puesto cargas crecientes sobre los biosistemas del planeta: “Cerca de 25.000 millones de toneladas de tierra fértil se pierden anualmente con consecuencias inapreciables para la provisión de alimentos de las futuras generaciones. Algunas de las más abundantes especies de vida marina han llegado a ser comercialmente extintas debido a la sobre-explotación y en las selvas tropicales del sur del planeta estamos perdiendo un gran número de especies cada año”.
Todo esto, “la discontinuidad radical entre lo humano y lo no humano”, ha conducido a la fase terminal de la Era Cenozoica.
EL COMPROMISO
Tenemos que reinventar al ser humano; es su propuesta obligatoria y, en cierta forma, hay que reinventar la Tierra: “Pero nosotros todavía no podemos hacer lo que se necesita hacer, solamente la Tierra puede hacerlo. Las fuerzas de la vida devolverán una cantidad asombrosa de las cosas más maravillosas del planeta solamente si les permitimos que funcionen. Así como es el mundo exterior, así es el mundo interno. Si destruimos el mundo exterior, destruimos nuestro mundo interno. Y el no entender eso y heredar un mundo degradado, un planeta degradado, produce humanos degradados. Y humanos degradados continuarán degradando mucho más el planeta”.
Utilizando una palabra generalmente empleada en un contexto religioso, Thomas Berry habla de los “momentos cosmológicos de gracia”, que según él se dieron en el universo “cuando el futuro fue determinado de manera muy profunda, cuando estaba al borde de la catástrofe”.
En ese sentido, considera la última década del siglo XX un momento de gracia porque a partir de entonces “estamos despertando de una fase destructiva” y es posible redimir la Tierra. Entonces sería el comienzo de lo que él denomina la Era Ecozoica, donde la gente quiera crecer junto a la Tierra.
Por ende, debemos pasar a “nuestros hijos nuestro papel especial de manejar la ardua transición desde la terminal Era Cenozoica hacia la emergente Era Ecozoica”
Nuestro trabajo magno y magnánimo, de acuerdo Thomas Berry, es mover a la moderna civilización industrial desde su actual influencia devastadora sobre la Tierra hacia un modo de presencia más benigno de ésta sobre ella.
Mónica del Pilar Uribe Marín: periodista colombiana, freelance internacional, especializada en Medio Ambiente, Derechos Humanos y Política.