domingo, 6 de abril de 2008

ESPÍRITU MATERIA Y VIDA: eras de lo humano


23-03-2007
Escribe Leonardo Boff
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Las síntesis históricas a menudo son arbitrarias. La nuestra también lo es. Pero responden a la exigencia que tenemos de marcos orientadores que nos ayuden a entendernos a nosotros mismos y a entender nuestra propia historia. Hagamos entonces una especie de lectura de ciego captando solamente los puntos relevantes. Veo tres grandes etapas, verdaderas eras, que marcan las relaciones del ser humano con la naturaleza.

La primera es la era del espíritu. Es la era que plasmó las culturas originarias y ancestrales. Los seres humanos se sentían movidos por fuerzas que actuaban en el cosmos y en ellos mismos, realidades numinosas y omnienglobantes que les proporcionaban protección y seguridad. Era la experiencia chamánica del espíritu que atravesaba todas las cosas, creaba una union mystique con todos los seres y hacía que el ser humano se sintiera perteneciente a un todo mayor. Grandes símbolos, ritos y mitos daban cuerpo a esa experiencia fontal. Fue entonces cuando se proyectaron imágenes de lo Divino. Esas imágenes, a la vez que seguían siendo imágenes, eran también centros energéticos de la vida y de la naturaleza con los cuales el ser humano debía confrontarse y escuchar sus llamadas. No dejaban de estar presentes también todos los demás avatares de la condición humana, pero era lo espiritual lo que daba sentido a todas las demás instancias. Esta era marcó nuestro inconsciente colectivo hasta los días actuales.

La segunda es la era de la materia. Los seres humanos descubrieron la fuerza física de la materia y de la naturaleza. Pasaron a no ver ya en ellas una imagen de lo Divino, sino un objeto para su uso. La agricultura del neolítico hace diez mil años revela la presencia de esta era. Los padres fundadores del método científico le dieron un marco teórico, diciendo que la naturaleza no tiene conciencia, por lo tanto podemos tratarla como queramos. Profundizaron, hasta llegar al mundo atómico y al subatómico, poder que el hombre puede utilizar para destruir y construir. Las fuerzas espirituales y psíquicas de la era anterior fueron consideradas magia y superstición, y como tales fueron combatidas. La concentración en esta experiencia introdujo la profanidad. Dios es pensado sin el mundo, lo cual hizo surgir un mundo sin Dios. Mediante las energías arrancadas a la materia, se logró la dominación de la naturaleza y la explotación ilimitada de sus riquezas. Ya hemos sobrepasado los límites de tolerancia de la Tierra, y disponemos de medios para destruirnos totalmente. Pero también ha surgido un nuevo sentido de la responsabilidad y la exigencia de una ética del cuidado.

Estamos entrando ahora en la era de la vida. La vida une materia y espíritu. Representa una posibilidad de la materia cuando se distancia del equilibrio en un contexto de alta complejidad. Entonces irrumpe la vida. Para hacer eclosión, la vida requiere una urdimbre de interdependencias de lo físico con lo químico, de la biosfera con la hidrosfera, con la atmósfera y con la geosfera. Todo está ligado a la vida, sea como condición previa sea como ambiente. Por lo tanto, ella ocupa el lugar central. En el conjunto de los seres, el ser humano tiene la misión de ser el jardinero y el cuidador de la vida. A él le corresponde proteger la vida de Gaia, conservar la biodiversidad y garantizar el futuro para él mismo y para todos. Es el desafío en el actual momento de calentamiento planetario.

La era de la vida está amenazada. Es urgente mantener las condiciones de su continuidad y coevolución. La vida, y no el crecimiento, debería ser el gran proyecto planetario y nacional. No percibir este desplazamiento es autoengañarse. Oportunamente nos convoca la sabiduría bíblica: «te propongo la vida o la muerte. Escoge la vida, para que tú y tu descendencia puedan vivir» (Dt 30,19).